domingo, 20 de marzo de 2016

6 La enfermedad familiar del alcoholismo.



EL PAPEL QUE NOS CORRESPONDE
La toma de conciencia  comienza con el aprendizaje  sobre la enfermedad  familiar  del alcoholismo.  Cada persona vinculada  a  un alcohólico (amigos, colegas, familiares, así como el mismo alcohólico)  desempeña  un papel en la dinámica de la enfermedad. Para poder   introducir  cambios   en    nuestras circunstancias,  debemos  descubrir  cuál es el papel que desempeñamos. En   general,  los   alcohólicos actúan,  y nosotros, que nos relacionamos  con ellos, reaccionamos.  El    alcohólico   activo   se emborracha,   se    comporta   irracional   o irresponsablemente,   y  se  transforma en  el centro de  atención. Los  que  lo  rodeamos reaccionamos ante  la  bebida y  sus consecuencias. Al   estar   intoxicados,  los alcohólicos no se preocupan por los problemas que crean sus acciones; son los que lo rodean los que se preocupan  por él. Creemos  que debemos  asumir la responsabilidad  de hacer por los alcohólicos  lo que ellos no parecen poder o querer hacer por sí solos.
Al  principio muchos  sinceramente nos preocupamos,  y tan sólo queremos ayudar a un familiar o amigo que obviamente no está bien; pero a medida que pasa el tiempo y la situación empeora, dejamos de reconocer que tenemos una  opción en  este  asunto. En realidad, las opciones disponibles para algunos de  nosotros en  el  pasado eran  bastante limitadas. Los que crecieron en contacto con el alcoholismo o que tuvieron que encarar la agresión pueden haber sido obligados a llevar
a cabo ciertas acciones en nombre del alcohólico para su propia seguridad. Al final, aunque no exista un peligro real, la mayoría hemos llegado a creer que nuestra ayuda es imperativa, ya sea que la queramos ofrecer o no.  El  alcohólico se  torna  más  y  más dependiente. Después de  un  tiempo, no podemos imaginarnos permitirle que  siga durmiendo  durante otro día de trabajo sin llamar para informar que está enfermo, o permitir que se pase por alto otro cheque sin fondos. Es preferible ahora quedarse en casa para no correr el riesgo de otra humillación en público. Muchos somos incapaces de tolerar la tensión de  esperar que se  manifiesten  las consecuencias  del alcoholismo;  nos sentimos obligados a intervenir.
Los  alcohólicos actúan y  nosotros reaccionamos.  Nadie puede decirle nada al bebedor; él  lleva  las  riendas.  El  alcohol promueve una confianza y sentido exagerado de bienestar y confianza lo que incita a que el bebedor se comporte como un pequeño dios con todas las respuestas. Al mismo tiempo el bebedor se vuelve cada vez más irracional. En respuesta, discutimos,  tratando de que actúe de modo más realista. Es fundamental probar que tenemos razón. Con el paso del tiempo, continuamos justificando nuestra situación; sin embargo,  frente  a   la   vehemencia del alcohólico, comenzamos a dudar de nosotros y de nuestras  percepciones.  Si el alcohólico nos dice que bebe por culpa nuestra, porque somos escandalosos   o  desobedientes,   nos volvemos compulsivamente silenciosos o nos esforzamos por ser completamente obedientes día y noche, sin importar lo que nos cueste. Más adelante, cuanto más confiado parece el alcohólico, más  inseguros nos  volvemos nosotros. Empezamos a aceptar aún lo que es erróneo. Hacemos todo lo que se nos exige para evitar conflictos, sabiendo que nunca podemos ganar ninguna discusión o convencer al alcohólico de que tenemos razón. Perdemos la capacidad de decir “no”.
Las mismas pautas se  aplican cuando el alcohólico que forma parte de nuestras vidas hace promesas  que no puede cumplir. Por ejemplo, prometen no perder otro partido de la liga infantil, otra reunión de negocios u otro compromiso para cenar. Juran que la próxima vez no beberán, o que no se quedarán fuera toda la noche, o que no se pondrán violentos. O prometen usar la fuerza de voluntad. Pasan a la cerveza, pensando que la cerveza tendrá menos poder sobre ellos que las bebidas más fuertes. O se deshacen de toda la bebida en la casa   para   después,  impulsados por   la enfermedad, verse  obligados a   consumir cualquier forma de alcohol,  ya sea enjuague bucal o jarabe para la tos. Otra vez reaccionamos. Olvidamos cientos de promesas rotas  en  el  pasado, y  pensamos que  los
alcohólicos pueden controlar efectivamente su compulsión. Decidimos que todo va a cambiar ahora,  ¡será  mejor!  Negamos lo  que  la experiencia pasada  nos   ha   enseñado,  y creemos en las promesas con todo nuestro corazón.  Preparamos  así una decepción  casi inevitable.  Luego,  cuando  los alcohólicos  no pueden dominar el  alcoholismo, una enfermedad  que está más allá de  nuestro control, nos sentimos devastados, resentidos y furiosos. Nos consideramos víctimas indefensas y no podemos reconocer que nos hemos ofrecido voluntariamente   para  ese papel, decidiendo creer de todo corazón en lo que  sabíamos por  experiencia propia que probablemente no sucedería.
Los que no hemos estado en contacto con un  alcohólico por  muchos años podemos continuar reaccionando también a modelos de comportamiento alcohólico. La  escasa autoestima, que es el resultado de fracasos y episodios pasados de maltrato o negligencia, persiste. Debido al amor o a la atención que nunca recibimos en el pasado, recurrimos  a gente que no  está disponible. Evitamos el conflicto, pero ahora lo hacemos con empleadores, con  otros  familiares o  con personas con autoridad, en lugar de encarar al alcohólico. O buscamos el conflicto, pensando que la mejor defensa es una buena ofensiva. Si presentimos  un enfrentamiento,  creamos otra situación  y nos peleamos  por cualquier otra cuestión. Muchos nos acostumbramos tanto a vivir en el caos y en la crisis que nos sentimos totalmente perdidos sin ellos. Como consecuencia, cuando todo funciona bien, nos saboteamos  a nosotros  mismos,  y con esto creamos una crisis. Esto nos puede hacer sentir muy desdichados,  pero por lo menos sabemos cómo actuar en tal situación. También puede  ser  que  prolonguemos la existencia   de    diversos   comportamientos compulsivos sin tener la más mínima idea de qué  nos  lleva a  hacerlo. Las  técnicas de supervivencia  que desarrollamos  al convivir con  esta  enfermedad activa se  han transformado en una forma de vida. Quizás nunca se nos haya ocurrido  que exista otra forma de existencia.
Esta pauta también persiste en la sobriedad. Muchos  hemos sido testigos  de periodos  de “borrachera seca” de nuestros seres queridos sobrios; durante los mismos, el comportamiento del alcohólico en la sobriedad parece idéntico al de los días de alcoholismo activo. Por supuesto, la mayoría de nosotros también  retrocede a   su   comportamiento anterior.  Aún si nuestro ser querido es un modelo de sobriedad,  el temor de que el alcohólico vuelva a  beber,  el  deseo  de controlar su  sobriedad, resentimientos no resueltos desde la época de alcoholismo activo y cambios de personalidad o de estilo de vida que  tienen  lugar  durante la  recuperación, pueden desencadenar reacciones enfermizas en  aquellos que  nos preocupamos por  un alcohólico  en   vías  de   recuperación. La enfermedad y  sus  efectos persisten en  la sobriedad. A menos  que nosotros,  amigos y familiares, elijamos la   recuperación para nosotros, la  dinámica de  la  enfermedad continuará dominando nuestras relaciones.

RECONOCIENDO  NUESTRAS OPCIONES
Los alcohólicos  actúan y los familiares  y amigos reaccionan. La mayor parte del tiempo reaccionamos porque  no   sabemos  que tenemos opciones. Es automático. En Al-Anon se nos recuerda que hay opciones. El hecho de que el alcohólico se emborrache, simule, no cumpla  una obligación,  diga que el cielo es anaranjado o haga y rompa una promesa, no quiere decir que aquellos que se preocupan por él deban seguir haciendo lo que hacían
antes.  No  estamos  encerrados. Tenemos opciones.
Es como si sostuviéramos una soga por un extremo y el alcohólico estuviera del otro lado, y  comenzáramos a  tirar.  La  mayoría reaccionaríamos automáticamente. Tiraríamos hacia nosotros. Nunca se nos ocurre que no es necesario jugar. Si conociéramos las opciones, podríamos  decidir soltar la  soga. No hay competencia a menos que las dos partes sigan aferradas a la soga. Al tomar nota de lo que hacemos  en reacción  al comportamiento  del alcohólico,  comenzamos  a ver las decisiones que inconscientemente ya estamos adoptando. Con un nuevo análisis, una plática con otros miembros de Al-Anon y la utilización de los lemas y los Pasos, podemos descubrir nuevas opciones que nunca supimos que existían. Tal vez hasta decidamos soltar la soga.
Por ejemplo, algunos alcohólicos se sienten culpables por su necesidad de beber y  les
resulta más fácil echarle la culpa de la bebida a otra  persona. Esos  alcohólicos a  menudo provocan a  los que lo  rodean tratando de comenzar una discusión o de crear una crisis. Los que trabajamos  o vivimos con ellos en general reaccionamos  ante esta provocación, contestando  los argumentos,  defendiéndonos contra  acusaciones injustas, haciendo acusaciones  propias. Al final el alcohólico obtiene precisamente   lo  que buscaba: una excusa para beber. Los alcohólicos  secos o sobrios a veces usan las mismas tácticas para desviar la atención de un tema o situación que les resulta incómodo.  Soltar la soga quiere decir  reconocer las  pautas  y  no  seguir haciendo la  misma cosa.  Observamos el comportamiento   provocativo   y  nos damos cuenta exactamente  de lo que hacemos  en respuesta a eso.
El      alcohólico     puede      provocarnos acusándonos de  ser  perezosos, y  nosotros
reaccionamos haciéndonos los  mártires  y enumerando todo lo que hacemos por él. A su vez, al alcohólico  le molesta nuestra actitud mojigata, y por eso nos sentimos sin afecto y con pena de nosotros mismos. La discusión pronto  se transforma  en una pelea que casi siempre termina de  la  misma forma: el alcohólico explota y se va al bar más cercano. Una vez que tenemos claro el papel que nos corresponde,  podemos elegir una respuesta diferente. Por ejemplo, la próxima vez que se nos acuse de ser perezosos, podríamos decidir no  reaccionar. Podríamos permanecer en silencio o  simplemente   cambiar de  tema. Podríamos salir de la habitación u ocuparnos en  alguna tarea. Podemos dedicar un momento   para    reconocer ante   nosotros mismos que la acusación no es real, y que es debido a la enfermedad del alcoholismo  que nuestro ser querido se expresa de una u otra forma.  O,  sabiendo que  a  veces  somos perezosos, podríamos sonreír con simpatía y estar de acuerdo. Las respuestas no son ni correctas ni  equivocadas. La  mayoría nos damos cuenta de que no importa tanto la forma en que interrumpamos la pauta sino que lo hagamos. Puede ser que para el alcohólico este cambio no  sea  muy  agradable, especialmente   al principio. El alcohólico necesita un trago, y la única manera en que puede tomárselo  con comodidad es iniciando una pelea. Si el primer esfuerzo del bebedor fracasa porque rehusamos jugar  nuestro  papel  habitual, posiblemente trate  otra  vez.   Si   somos condescendientes  o santurrones  en cuanto al nuevo papel que elegimos desempeñar,   o engreídos acerca  de   la   incapacidad del alcohólico de provocarnos, nos derrotamos a nosotros mismos. Nuestra mala actitud no sólo le dará al alcohólico la excusa que busca, sino que él también continuará  enfrentándonos  a
una enfermedad que simplemente no podemos vencer. Somos incapaces ante el alcoholismo de otra persona. Si continuamos  esta batalla que no podemos ganar, no podremos ponerle fin a la frustración  y a la desesperación  que nos llevaron a intentar esta nueva estrategia. Buscamos  un cambio  real. Nuestro  objetivo no es “tener razón”. Tampoco  es “ganar”. Nuestro objetivo es hacer todo lo posible para curarnos a  nosotros mismos y  a  nuestras relaciones.  Eso requiere  diligencia,  paciencia y, sobre todo, práctica.
Al tomar cada vez mayor conciencia de la dinámica  de la enfermedad  familiar,  muchos descubrimos que hemos cumplido una función particular  en nuestra familia o  grupo. Los amigos y  familiares desempeñan  una gran variedad de  papeles de  apoyo  en  esta enfermedad familiar, todos los cuales intentan controlar  la  incontrolable enfermedad del alcoholismo y  poner  orden  en  un  medio familiar o  de trabajo incierto y  a  menudo explosivo. No nos damos cuenta de que, al desempeñar nuestro papel, contribuimos  en realidad a  sustentar la  enfermedad del alcoholismo. Podemos facilitarla rescatando al alcohólico de consecuencias desagradables de sus propios actos. O podemos  hacernos  la víctima,  interviniendo sin  quererlo y reemplazando al   alcohólico que  está demasiado borracho o con fuerte resaca, y no cumple con sus responsabilidades laborales ni familiares. Tal vez pensemos que nuestro papel es asumir culpas cuando algo funciona mal, aún sin estar involucrados en nada. Otros se concentran  en el apoyo cómico,  creando una diversión ligera para olvidar el dolor de la vida  en  un  hogar alcohólico. Y  algunos provocamos, expresando nuestra frustración y resentimiento acumulados, dándole al alcohólico  la   justificación para  beber  y envenenándonos  con    nuestra    creciente amargura.
Todos estos papeles de  apoyo funcionan unidos para mantener un equilibrio en el cual el alcohólico  pueda continuar desempeñando su papel con la menor incomodidad  posible. Así, cuando cualquier miembro del círculo de este alcohólico deja de desempeñar su papel, todo el grupo se ve afectado.

CAMBIANDO EL PAPEL QUE NOS CORRESPONDE  EN LA ENFERMEDAD FAMILIAR
Este es el motivo por el cual lo más útil y afectuoso que puede hacer un familiar es ayudarse a sí mismo. Al recuperarnos de los efectos de  esta  enfermedad, podemos abandonar  nuestro papel en la enfermedad familiar. Se perturba el equilibrio. De repente ya no es tan cómodo para el alcohólico.  Si bien puede seguir contando con  el  apoyo cariñoso del familiar en vías de recuperación,
la enfermedad queda sin apoyo. Es como si un grupo de  cuatro se  encontrara en  un  río, empapándose mientras tienen al  alcohólico alzado para mantenerlo seco, y finalmente un miembro del grupo rehúsa continuar sosteniéndolo. Todo el sistema se desmorona y, consecuentemente, el alcohólico se moja. Si otros  no   se   encargan de   eliminar  las consecuencias  penosas de las acciones del alcohólico, este puede sentirse tan incómodo que  decida iniciar la recuperación.   De  la misma manera, otros familiares y  amigos pueden reconocer  cómo les ha afectado  la enfermedad familiar y buscar ayuda para ellos mismos; pero no hay garantías.  Si bien la salud en una persona a menudo inspira salud a los que la rodean, no siempre es así. A veces el  alcohólico simplemente encuentra una manera  de  adaptarse, creando  un  nuevo sistema de apoyo a la enfermedad.
Casi todos nosotros queremos lo mejor para los seres queridos, y lo mejor que podemos ofrecer puede ser nuestra intención de  no contribuir más a este proceso de destrucción. No podemos decidir por otra gente, ni aún por los  más  importantes de  nuestra vida.  No somos dioses, y  no  podemos saber con precisión lo que es mejor para otra persona, por más evidente que parezca una acción en un momento determinado.  La mayoría de nosotros ha tenido que “tocar fondo”, un momento de agonía personal, antes de poder introducir  cambios  reales en nuestras  vidas. Los alcohólicos y otros que sufren los efectos de esta enfermedad familiar merecen la misma oportunidad de “tocar fondo” por sí mismos. A lo largo del camino,  puede haber muchas lecciones penosas que aprender, y puede ser dolorosísimo  tener que hacerse  a un lado y observar a un ser querido sufrir estas experiencias. Algunos nunca las  aprenden; pero somos incapaces ante el alcoholismo. No podemos acelerar el  proceso, ni  tampoco evitárselo a  un ser querido. Lo único que podemos hacer es ponernos como ejemplo de la alegría y  la serenidad que puede proporcionar  la recuperación,  y respetar los derechos de nuestros seres queridos de decidir lo que les conviene,  aún si nos desagrada totalmente el carácter de dichas decisiones.

APRENDIENDO  MÁS SOBRE EL ALCOHOLISMO
Cuanto más sabemos sobre el alcoholismo, mejor podremos encararlo. Por ello, Al-Anon nos alienta a aprender tanto como sea posible sobre la enfermedad. Leer la literatura de Al- Anon todos los días nos da una comprensión profunda  de esta enfermedad  familiar y de cómo  afrontarla con  éxito.  Algunos de nosotros también asistimos a  reuniones abiertas  de  A.A.  para  enterarnos de  las experiencias del alcohólico. Escuchar historias de alcohólicos en vías de recuperación puede abrirnos los ojos. Pocos nos damos cuenta de que  los  alcohólicos que  forman parte  de nuestras vidas a menudo sufren enormemente, a  veces  más  que  nosotros. Al  escuchar, aprendemos a  separar la  persona de  la enfermedad, a   tener  compasión de  sus esfuerzos y su dolor y a reconocer que ellos también  son incapaces  ante el alcohol. Por otro lado, aprendemos las características de la enfermedad que podíamos haber interpretado mal. Por ejemplo, la  mayoría de  los alcohólicos sufren amnesias parciales, periodos  en que todo lo que dicen o hacen desaparece  de la memoria.  Después  de una noche de un comportamiento  alcohólico excesivo, puede ser  difícil creer  que  el alcohólico no recuerde las espantosas acciones que se grabaron a fuego en nuestras mentes. En esas situaciones, muchos acusan a  sus seres queridos de mentir; pero estas amnesias son en realidad síntomas de la enfermedad del alcoholismo, borrando al  azar  aún  los acontecimientos más  memorables. Cuanto más  sepamos sobre la  enfermedad, mejor podremos responder al comportamiento alcohólico  con compasión,  entendiendo  que estamos tratando con una persona enferma y no con un ser malvado,  débil, ignorante  o cruel.
La literatura de Al-Anon  y  las reuniones abiertas de A.A. también pueden enseñarnos como persiste la enfermedad en la sobriedad. Por ejemplo, el alcohólico debe intentar varias veces antes de alcanzar  la sobriedad.  Otros vuelven a beber después de muchos años de recuperación en  A.A.  Se  dice  que  un alcohólico en recuperación que toma un trago sufre un “desliz”.  Un sólo desliz puede ser suficiente para  convencer al  alcohólico de contraer un compromiso más firme con la recuperación;  de otra manera, puede ser el comienzo   de    un    nuevo   capítulo   de alcoholismo.
El alcoholismo es una enfermedad progresiva que puede detenerse pero no curarse. Por ende, nosotros, afectados por el alcoholismo de otra persona, podemos  garantizar  mejor nuestra propia serenidad continua si aprendemos  a depender de nosotros mismos por nuestro bienestar, en lugar de depender de la sobriedad de otra persona. Al tomar cada vez  mayor conciencia de  nuestro comportamiento, de nuestras decisiones y del papel que nos corresponde o nos correspondió en  la  situación alcohólica, podemos con mucha  más facilidad  introducir  cambios  que nos  permitan crear una  vida  de  la  que podamos enorgullecernos.

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