domingo, 20 de marzo de 2016

6 La enfermedad familiar del alcoholismo.



EL PAPEL QUE NOS CORRESPONDE
La toma de conciencia  comienza con el aprendizaje  sobre la enfermedad  familiar  del alcoholismo.  Cada persona vinculada  a  un alcohólico (amigos, colegas, familiares, así como el mismo alcohólico)  desempeña  un papel en la dinámica de la enfermedad. Para poder   introducir  cambios   en    nuestras circunstancias,  debemos  descubrir  cuál es el papel que desempeñamos. En   general,  los   alcohólicos actúan,  y nosotros, que nos relacionamos  con ellos, reaccionamos.  El    alcohólico   activo   se emborracha,   se    comporta   irracional   o irresponsablemente,   y  se  transforma en  el centro de  atención. Los  que  lo  rodeamos reaccionamos ante  la  bebida y  sus consecuencias. Al   estar   intoxicados,  los alcohólicos no se preocupan por los problemas que crean sus acciones; son los que lo rodean los que se preocupan  por él. Creemos  que debemos  asumir la responsabilidad  de hacer por los alcohólicos  lo que ellos no parecen poder o querer hacer por sí solos.
Al  principio muchos  sinceramente nos preocupamos,  y tan sólo queremos ayudar a un familiar o amigo que obviamente no está bien; pero a medida que pasa el tiempo y la situación empeora, dejamos de reconocer que tenemos una  opción en  este  asunto. En realidad, las opciones disponibles para algunos de  nosotros en  el  pasado eran  bastante limitadas. Los que crecieron en contacto con el alcoholismo o que tuvieron que encarar la agresión pueden haber sido obligados a llevar
a cabo ciertas acciones en nombre del alcohólico para su propia seguridad. Al final, aunque no exista un peligro real, la mayoría hemos llegado a creer que nuestra ayuda es imperativa, ya sea que la queramos ofrecer o no.  El  alcohólico se  torna  más  y  más dependiente. Después de  un  tiempo, no podemos imaginarnos permitirle que  siga durmiendo  durante otro día de trabajo sin llamar para informar que está enfermo, o permitir que se pase por alto otro cheque sin fondos. Es preferible ahora quedarse en casa para no correr el riesgo de otra humillación en público. Muchos somos incapaces de tolerar la tensión de  esperar que se  manifiesten  las consecuencias  del alcoholismo;  nos sentimos obligados a intervenir.
Los  alcohólicos actúan y  nosotros reaccionamos.  Nadie puede decirle nada al bebedor; él  lleva  las  riendas.  El  alcohol promueve una confianza y sentido exagerado de bienestar y confianza lo que incita a que el bebedor se comporte como un pequeño dios con todas las respuestas. Al mismo tiempo el bebedor se vuelve cada vez más irracional. En respuesta, discutimos,  tratando de que actúe de modo más realista. Es fundamental probar que tenemos razón. Con el paso del tiempo, continuamos justificando nuestra situación; sin embargo,  frente  a   la   vehemencia del alcohólico, comenzamos a dudar de nosotros y de nuestras  percepciones.  Si el alcohólico nos dice que bebe por culpa nuestra, porque somos escandalosos   o  desobedientes,   nos volvemos compulsivamente silenciosos o nos esforzamos por ser completamente obedientes día y noche, sin importar lo que nos cueste. Más adelante, cuanto más confiado parece el alcohólico, más  inseguros nos  volvemos nosotros. Empezamos a aceptar aún lo que es erróneo. Hacemos todo lo que se nos exige para evitar conflictos, sabiendo que nunca podemos ganar ninguna discusión o convencer al alcohólico de que tenemos razón. Perdemos la capacidad de decir “no”.
Las mismas pautas se  aplican cuando el alcohólico que forma parte de nuestras vidas hace promesas  que no puede cumplir. Por ejemplo, prometen no perder otro partido de la liga infantil, otra reunión de negocios u otro compromiso para cenar. Juran que la próxima vez no beberán, o que no se quedarán fuera toda la noche, o que no se pondrán violentos. O prometen usar la fuerza de voluntad. Pasan a la cerveza, pensando que la cerveza tendrá menos poder sobre ellos que las bebidas más fuertes. O se deshacen de toda la bebida en la casa   para   después,  impulsados por   la enfermedad, verse  obligados a   consumir cualquier forma de alcohol,  ya sea enjuague bucal o jarabe para la tos. Otra vez reaccionamos. Olvidamos cientos de promesas rotas  en  el  pasado, y  pensamos que  los
alcohólicos pueden controlar efectivamente su compulsión. Decidimos que todo va a cambiar ahora,  ¡será  mejor!  Negamos lo  que  la experiencia pasada  nos   ha   enseñado,  y creemos en las promesas con todo nuestro corazón.  Preparamos  así una decepción  casi inevitable.  Luego,  cuando  los alcohólicos  no pueden dominar el  alcoholismo, una enfermedad  que está más allá de  nuestro control, nos sentimos devastados, resentidos y furiosos. Nos consideramos víctimas indefensas y no podemos reconocer que nos hemos ofrecido voluntariamente   para  ese papel, decidiendo creer de todo corazón en lo que  sabíamos por  experiencia propia que probablemente no sucedería.
Los que no hemos estado en contacto con un  alcohólico por  muchos años podemos continuar reaccionando también a modelos de comportamiento alcohólico. La  escasa autoestima, que es el resultado de fracasos y episodios pasados de maltrato o negligencia, persiste. Debido al amor o a la atención que nunca recibimos en el pasado, recurrimos  a gente que no  está disponible. Evitamos el conflicto, pero ahora lo hacemos con empleadores, con  otros  familiares o  con personas con autoridad, en lugar de encarar al alcohólico. O buscamos el conflicto, pensando que la mejor defensa es una buena ofensiva. Si presentimos  un enfrentamiento,  creamos otra situación  y nos peleamos  por cualquier otra cuestión. Muchos nos acostumbramos tanto a vivir en el caos y en la crisis que nos sentimos totalmente perdidos sin ellos. Como consecuencia, cuando todo funciona bien, nos saboteamos  a nosotros  mismos,  y con esto creamos una crisis. Esto nos puede hacer sentir muy desdichados,  pero por lo menos sabemos cómo actuar en tal situación. También puede  ser  que  prolonguemos la existencia   de    diversos   comportamientos compulsivos sin tener la más mínima idea de qué  nos  lleva a  hacerlo. Las  técnicas de supervivencia  que desarrollamos  al convivir con  esta  enfermedad activa se  han transformado en una forma de vida. Quizás nunca se nos haya ocurrido  que exista otra forma de existencia.
Esta pauta también persiste en la sobriedad. Muchos  hemos sido testigos  de periodos  de “borrachera seca” de nuestros seres queridos sobrios; durante los mismos, el comportamiento del alcohólico en la sobriedad parece idéntico al de los días de alcoholismo activo. Por supuesto, la mayoría de nosotros también  retrocede a   su   comportamiento anterior.  Aún si nuestro ser querido es un modelo de sobriedad,  el temor de que el alcohólico vuelva a  beber,  el  deseo  de controlar su  sobriedad, resentimientos no resueltos desde la época de alcoholismo activo y cambios de personalidad o de estilo de vida que  tienen  lugar  durante la  recuperación, pueden desencadenar reacciones enfermizas en  aquellos que  nos preocupamos por  un alcohólico  en   vías  de   recuperación. La enfermedad y  sus  efectos persisten en  la sobriedad. A menos  que nosotros,  amigos y familiares, elijamos la   recuperación para nosotros, la  dinámica de  la  enfermedad continuará dominando nuestras relaciones.

RECONOCIENDO  NUESTRAS OPCIONES
Los alcohólicos  actúan y los familiares  y amigos reaccionan. La mayor parte del tiempo reaccionamos porque  no   sabemos  que tenemos opciones. Es automático. En Al-Anon se nos recuerda que hay opciones. El hecho de que el alcohólico se emborrache, simule, no cumpla  una obligación,  diga que el cielo es anaranjado o haga y rompa una promesa, no quiere decir que aquellos que se preocupan por él deban seguir haciendo lo que hacían
antes.  No  estamos  encerrados. Tenemos opciones.
Es como si sostuviéramos una soga por un extremo y el alcohólico estuviera del otro lado, y  comenzáramos a  tirar.  La  mayoría reaccionaríamos automáticamente. Tiraríamos hacia nosotros. Nunca se nos ocurre que no es necesario jugar. Si conociéramos las opciones, podríamos  decidir soltar la  soga. No hay competencia a menos que las dos partes sigan aferradas a la soga. Al tomar nota de lo que hacemos  en reacción  al comportamiento  del alcohólico,  comenzamos  a ver las decisiones que inconscientemente ya estamos adoptando. Con un nuevo análisis, una plática con otros miembros de Al-Anon y la utilización de los lemas y los Pasos, podemos descubrir nuevas opciones que nunca supimos que existían. Tal vez hasta decidamos soltar la soga.
Por ejemplo, algunos alcohólicos se sienten culpables por su necesidad de beber y  les
resulta más fácil echarle la culpa de la bebida a otra  persona. Esos  alcohólicos a  menudo provocan a  los que lo  rodean tratando de comenzar una discusión o de crear una crisis. Los que trabajamos  o vivimos con ellos en general reaccionamos  ante esta provocación, contestando  los argumentos,  defendiéndonos contra  acusaciones injustas, haciendo acusaciones  propias. Al final el alcohólico obtiene precisamente   lo  que buscaba: una excusa para beber. Los alcohólicos  secos o sobrios a veces usan las mismas tácticas para desviar la atención de un tema o situación que les resulta incómodo.  Soltar la soga quiere decir  reconocer las  pautas  y  no  seguir haciendo la  misma cosa.  Observamos el comportamiento   provocativo   y  nos damos cuenta exactamente  de lo que hacemos  en respuesta a eso.
El      alcohólico     puede      provocarnos acusándonos de  ser  perezosos, y  nosotros
reaccionamos haciéndonos los  mártires  y enumerando todo lo que hacemos por él. A su vez, al alcohólico  le molesta nuestra actitud mojigata, y por eso nos sentimos sin afecto y con pena de nosotros mismos. La discusión pronto  se transforma  en una pelea que casi siempre termina de  la  misma forma: el alcohólico explota y se va al bar más cercano. Una vez que tenemos claro el papel que nos corresponde,  podemos elegir una respuesta diferente. Por ejemplo, la próxima vez que se nos acuse de ser perezosos, podríamos decidir no  reaccionar. Podríamos permanecer en silencio o  simplemente   cambiar de  tema. Podríamos salir de la habitación u ocuparnos en  alguna tarea. Podemos dedicar un momento   para    reconocer ante   nosotros mismos que la acusación no es real, y que es debido a la enfermedad del alcoholismo  que nuestro ser querido se expresa de una u otra forma.  O,  sabiendo que  a  veces  somos perezosos, podríamos sonreír con simpatía y estar de acuerdo. Las respuestas no son ni correctas ni  equivocadas. La  mayoría nos damos cuenta de que no importa tanto la forma en que interrumpamos la pauta sino que lo hagamos. Puede ser que para el alcohólico este cambio no  sea  muy  agradable, especialmente   al principio. El alcohólico necesita un trago, y la única manera en que puede tomárselo  con comodidad es iniciando una pelea. Si el primer esfuerzo del bebedor fracasa porque rehusamos jugar  nuestro  papel  habitual, posiblemente trate  otra  vez.   Si   somos condescendientes  o santurrones  en cuanto al nuevo papel que elegimos desempeñar,   o engreídos acerca  de   la   incapacidad del alcohólico de provocarnos, nos derrotamos a nosotros mismos. Nuestra mala actitud no sólo le dará al alcohólico la excusa que busca, sino que él también continuará  enfrentándonos  a
una enfermedad que simplemente no podemos vencer. Somos incapaces ante el alcoholismo de otra persona. Si continuamos  esta batalla que no podemos ganar, no podremos ponerle fin a la frustración  y a la desesperación  que nos llevaron a intentar esta nueva estrategia. Buscamos  un cambio  real. Nuestro  objetivo no es “tener razón”. Tampoco  es “ganar”. Nuestro objetivo es hacer todo lo posible para curarnos a  nosotros mismos y  a  nuestras relaciones.  Eso requiere  diligencia,  paciencia y, sobre todo, práctica.
Al tomar cada vez mayor conciencia de la dinámica  de la enfermedad  familiar,  muchos descubrimos que hemos cumplido una función particular  en nuestra familia o  grupo. Los amigos y  familiares desempeñan  una gran variedad de  papeles de  apoyo  en  esta enfermedad familiar, todos los cuales intentan controlar  la  incontrolable enfermedad del alcoholismo y  poner  orden  en  un  medio familiar o  de trabajo incierto y  a  menudo explosivo. No nos damos cuenta de que, al desempeñar nuestro papel, contribuimos  en realidad a  sustentar la  enfermedad del alcoholismo. Podemos facilitarla rescatando al alcohólico de consecuencias desagradables de sus propios actos. O podemos  hacernos  la víctima,  interviniendo sin  quererlo y reemplazando al   alcohólico que  está demasiado borracho o con fuerte resaca, y no cumple con sus responsabilidades laborales ni familiares. Tal vez pensemos que nuestro papel es asumir culpas cuando algo funciona mal, aún sin estar involucrados en nada. Otros se concentran  en el apoyo cómico,  creando una diversión ligera para olvidar el dolor de la vida  en  un  hogar alcohólico. Y  algunos provocamos, expresando nuestra frustración y resentimiento acumulados, dándole al alcohólico  la   justificación para  beber  y envenenándonos  con    nuestra    creciente amargura.
Todos estos papeles de  apoyo funcionan unidos para mantener un equilibrio en el cual el alcohólico  pueda continuar desempeñando su papel con la menor incomodidad  posible. Así, cuando cualquier miembro del círculo de este alcohólico deja de desempeñar su papel, todo el grupo se ve afectado.

CAMBIANDO EL PAPEL QUE NOS CORRESPONDE  EN LA ENFERMEDAD FAMILIAR
Este es el motivo por el cual lo más útil y afectuoso que puede hacer un familiar es ayudarse a sí mismo. Al recuperarnos de los efectos de  esta  enfermedad, podemos abandonar  nuestro papel en la enfermedad familiar. Se perturba el equilibrio. De repente ya no es tan cómodo para el alcohólico.  Si bien puede seguir contando con  el  apoyo cariñoso del familiar en vías de recuperación,
la enfermedad queda sin apoyo. Es como si un grupo de  cuatro se  encontrara en  un  río, empapándose mientras tienen al  alcohólico alzado para mantenerlo seco, y finalmente un miembro del grupo rehúsa continuar sosteniéndolo. Todo el sistema se desmorona y, consecuentemente, el alcohólico se moja. Si otros  no   se   encargan de   eliminar  las consecuencias  penosas de las acciones del alcohólico, este puede sentirse tan incómodo que  decida iniciar la recuperación.   De  la misma manera, otros familiares y  amigos pueden reconocer  cómo les ha afectado  la enfermedad familiar y buscar ayuda para ellos mismos; pero no hay garantías.  Si bien la salud en una persona a menudo inspira salud a los que la rodean, no siempre es así. A veces el  alcohólico simplemente encuentra una manera  de  adaptarse, creando  un  nuevo sistema de apoyo a la enfermedad.
Casi todos nosotros queremos lo mejor para los seres queridos, y lo mejor que podemos ofrecer puede ser nuestra intención de  no contribuir más a este proceso de destrucción. No podemos decidir por otra gente, ni aún por los  más  importantes de  nuestra vida.  No somos dioses, y  no  podemos saber con precisión lo que es mejor para otra persona, por más evidente que parezca una acción en un momento determinado.  La mayoría de nosotros ha tenido que “tocar fondo”, un momento de agonía personal, antes de poder introducir  cambios  reales en nuestras  vidas. Los alcohólicos y otros que sufren los efectos de esta enfermedad familiar merecen la misma oportunidad de “tocar fondo” por sí mismos. A lo largo del camino,  puede haber muchas lecciones penosas que aprender, y puede ser dolorosísimo  tener que hacerse  a un lado y observar a un ser querido sufrir estas experiencias. Algunos nunca las  aprenden; pero somos incapaces ante el alcoholismo. No podemos acelerar el  proceso, ni  tampoco evitárselo a  un ser querido. Lo único que podemos hacer es ponernos como ejemplo de la alegría y  la serenidad que puede proporcionar  la recuperación,  y respetar los derechos de nuestros seres queridos de decidir lo que les conviene,  aún si nos desagrada totalmente el carácter de dichas decisiones.

APRENDIENDO  MÁS SOBRE EL ALCOHOLISMO
Cuanto más sabemos sobre el alcoholismo, mejor podremos encararlo. Por ello, Al-Anon nos alienta a aprender tanto como sea posible sobre la enfermedad. Leer la literatura de Al- Anon todos los días nos da una comprensión profunda  de esta enfermedad  familiar y de cómo  afrontarla con  éxito.  Algunos de nosotros también asistimos a  reuniones abiertas  de  A.A.  para  enterarnos de  las experiencias del alcohólico. Escuchar historias de alcohólicos en vías de recuperación puede abrirnos los ojos. Pocos nos damos cuenta de que  los  alcohólicos que  forman parte  de nuestras vidas a menudo sufren enormemente, a  veces  más  que  nosotros. Al  escuchar, aprendemos a  separar la  persona de  la enfermedad, a   tener  compasión de  sus esfuerzos y su dolor y a reconocer que ellos también  son incapaces  ante el alcohol. Por otro lado, aprendemos las características de la enfermedad que podíamos haber interpretado mal. Por ejemplo, la  mayoría de  los alcohólicos sufren amnesias parciales, periodos  en que todo lo que dicen o hacen desaparece  de la memoria.  Después  de una noche de un comportamiento  alcohólico excesivo, puede ser  difícil creer  que  el alcohólico no recuerde las espantosas acciones que se grabaron a fuego en nuestras mentes. En esas situaciones, muchos acusan a  sus seres queridos de mentir; pero estas amnesias son en realidad síntomas de la enfermedad del alcoholismo, borrando al  azar  aún  los acontecimientos más  memorables. Cuanto más  sepamos sobre la  enfermedad, mejor podremos responder al comportamiento alcohólico  con compasión,  entendiendo  que estamos tratando con una persona enferma y no con un ser malvado,  débil, ignorante  o cruel.
La literatura de Al-Anon  y  las reuniones abiertas de A.A. también pueden enseñarnos como persiste la enfermedad en la sobriedad. Por ejemplo, el alcohólico debe intentar varias veces antes de alcanzar  la sobriedad.  Otros vuelven a beber después de muchos años de recuperación en  A.A.  Se  dice  que  un alcohólico en recuperación que toma un trago sufre un “desliz”.  Un sólo desliz puede ser suficiente para  convencer al  alcohólico de contraer un compromiso más firme con la recuperación;  de otra manera, puede ser el comienzo   de    un    nuevo   capítulo   de alcoholismo.
El alcoholismo es una enfermedad progresiva que puede detenerse pero no curarse. Por ende, nosotros, afectados por el alcoholismo de otra persona, podemos  garantizar  mejor nuestra propia serenidad continua si aprendemos  a depender de nosotros mismos por nuestro bienestar, en lugar de depender de la sobriedad de otra persona. Al tomar cada vez  mayor conciencia de  nuestro comportamiento, de nuestras decisiones y del papel que nos corresponde o nos correspondió en  la  situación alcohólica, podemos con mucha  más facilidad  introducir  cambios  que nos  permitan crear una  vida  de  la  que podamos enorgullecernos.

lunes, 7 de marzo de 2016

5. Tomando Consciencia

5 Tomando conciencia



Llegamos a Al-Anon en busca de cambios. Queremos poner fin al dolor y recurrirnos a Al-Anon  con la esperanza  de descubrir  qué hacer; pero aún no estamos listos para pasar a la acción, por más ansioso o impacientes que estemos.  El cambio es un proceso, y en Al- Anon reconocemos que tomar conciencia es la primera etapa de este proceso que comprende un examen honesto de nosotros mismo y de nuestras  circunstancias. Aunque  parezca simple, después  de años de ocultar tanto a nosotros  mismos  como a otras personas  los aspectos desagradables   de  la  realidad, la mayoría consideramos que  realizar una evaluación sincera es una lucha.


RECONOCIENDO EL ALCOHOLISMO

A veces no reconocemos el alcoholismo aún teniéndolo en  nuestras propias narices. Al haber vivido con la bebida durante muchos años, puede ser que la  hayamos aceptado como algo normal, y  por eso nunca nos sentimos demasiado preocupados. Tal vez nos imaginamos  a  los alcohólicos  como vagos sucios y  harapientos,  y  no pensamos  que algún amigo o pariente bien vestido y que haya  triunfado en   la   vida  pudiera  ser alcohólico, aunque  obviamente beba  en exceso. Nunca se nos ocurrió que la reacción a un pariente alcohólico olvidado desde hace tiempo podría tener consecuencias en nuestras vidas diarias años más tarde, o que podríamos vernos  afectados negativamente por  una relación con un alcohólico sobrio. Abundan las ideas falsas sobre el alcoholismo,  y muchos simplemente no   teníamos  conciencia  del carácter de  la  enfermedad o  de  sus repercusiones sobre nosotros, los familiares y amigos de alcohólicos. La ignorancia no es un pecado, ni un crimen, sino un obstáculo que nos impide ver la realidad.
También podemos ver  los  problemas en nuestra vida  y,  sin  embargo, dejamos de reconocer al alcoholismo  como su  fuente. Quizás los veamos como problemas financieros o laborales, o le echemos la culpa a  la  falta de  tiempo, de  educación o  de oportunidades.  Quizá los consideremos  tan sólo como vicisitudes de la vida, desafíos con los que cada quien debe lidiar. Como ya le hemos atribuido nuestros problemas a diversas fuentes,  no nos damos cuenta de que cada uno  de  ellos  se  ajusta perfectamente   al esquema global del  alcoholismo, contagio familiar.
Además,  hay   otros  obstáculos. Pocos pudimos sobrevivir el caos, la confusión y el dolor de un ambiente alcohólico sin desarrollar mecanismos  que nos permitieran protegernos
emocionalmente  de situaciones que no nos sentíamos capaces de manejar. Cuando nos parecía que era demasiado doloroso o atemorizante  soportar nuestras circunstancias o nuestros sentimientos,  quizá los hayamos distorsionado, suprimido, reorganizado en forma racional o ignorado completamente.
Tal vez nos dimos cuenta de la negación de un alcohólico,  pero nunca nos enteramos  de que esa podría ser una característica de todos los afectados  por la enfermedad.  Así como muchos alcohólicos insisten en que no tienen un problema de bebida, y rehúsan tocar dicho tema, pocos amigos y familiares  reconocen que   existen  problemas. En   realidad, no podemos ver, ni escuchar,  ni palpar,  ni, por otra parte, percibir lo que puede ser fácilmente obvio  para  otras  personas. Irónicamente, debido a que toda nuestra vida está enmarcada en  la  enfermedad del  alcoholismo, somos capaces de dejar de notar su presencia.
La  capacidad de  supervivencia emocional también puede  alterar  la  manera en  que percibimos los vínculos y los acontecimientos pasados. Cuando los recuerdos sobre temores del pasado son demasiado horribles o dolorosos,  inconscientemente podemos borrarlos. Simplemente  no los recordamos. Aunque deseáramos fervientemente   poder recordar, estos recuerdos quedan encerrados y continúan controlando nuestras vidas al limitar o al modificar  nuestro  comportamiento.  Sin darnos cuenta de eso, seguimos respondiendo a los acontecimientos traumáticos del pasado en lugar de responder a la realidad de nuestras vidas de hoy.
Cuando la vida pasó de ser afectuosa  y pacífica en un momento a caótica y peligrosa al siguiente,  de manera  que nunca sabíamos que esperar, muchos de nosotros tuvimos que afrontar el  consecuente sentimiento de desamparo    y     confusión,    simplemente
decidiendo creer  sólo  en   una  de   estas realidades. Por  ejemplo,  podría  ser  que aquellos que encaramos en el hogar ataques esporádicos de  insultos provocados por  el alcohol hayamos querido creer que vivíamos en un ambiente familiar maravilloso porque así parecía  ser   en   algunos  momentos. Al decidirnos por reconocer sólo una parte de la realidad, encontramos una explicación para los ataques verbales, tratándolos como excepciones, errores o acontecimientos únicos. Cada  uno  de  tales  episodios nos  dejó devastados   como si  fuera el  primero; no obstante,  pronto volvimos  a la realidad  que elegimos  ver, presentando  una vez más un panorama de felicidad y armonía que estaba destinado a defraudarnos.
O quizás nos hayamos aferrado a la realidad opuesta, percibiendo que la vida era caótica y no confiando en los momentos de paz y buen humor. En este caso nos negamos a nosotros
mismos el goce de la bondad, del amor, del placer y de la buena voluntad. Estamos en guardia permanente.
Vivir con el alcoholismo nos llevó a suprimir o a pasar por alto nuestras emociones, nuestros deseos, nuestras esperanzas. Escondimos nuestros verdaderos sentimientos para poder  sobrevivir,  y, con el tiempo,  nos olvidamos de   que  alguna  vez   tuvimos sentimientos. Logramos aislarnos tan bien que ya no participamos de la vida con entusiasmo. Al intentar protegernos,  permitimos  que se perdiera  nuestra  personalidad hasta  que quedamos emocionalmente aturdidos.


LUCHANDO  CON LA REALIDAD

Algunos     de      nosotros     rehusamos intencionalmente ver la realidad de la vida o
las circunstancias en las que nos encontramos; pero la verdad es que la mayoría sí lo hemos hecho. En Al-Anon al final llegamos a percibir las  diversas formas  en  que,  sin  saberlo, borramos segmentos completos de  nuestro pasado y de nuestro presente. Reconocemos situaciones en las que inconscientemente  nos habíamos convencido  de que lo que vimos suceder simplemente  no era así. Al mismo tiempo, entendemos que  hicimos todo lo mejor posible  en ese momento,  tratando  de sobrevivir, de adaptarnos a la manera en que nuestras vidas eran afectadas por  el alcoholismo  antes de que encontráramos  la ayuda de Al-Anon.
Con  la  ayuda y  el  apoyo de  nuestro programa  y  la hermandad,  llegamos a  ver cuánta energía se derrochaba anteriormente en escapar,  ignorar,  huir y negar.  Reconocemos que hoy nuestra energía puede aprovecharse de  modo más constructivo  en  curarnos a nosotros mismos así como a nuestras relaciones.
Muy a  menudo en el pasado, la realidad interfería en nuestros planes. Las crisis destrozaban la fantasía. Nuestras percepciones demostraban ser poco fidedignas y cada vez era más difícil encarar la vida. No podíamos evaluar las opciones. Ni siquiera podíamos confiar en nuestros propios recuerdos.
Cuando las circunstancias nos obligaron por primera vez a tomar conciencia  de nuestra situación inquietante, a menudo no queríamos o no podíamos aceptar la realidad que se nos había forzado a  ver. Con vigor renovado adoptamos  nuevos mecanismos  para poder sobrevivir.   Quizás adoptamos  una decisión consciente en  ignorar los  problemas, esperando que se esfumaran por sí solos. O buscamos  explicaciones racionales.  Nos dijimos y les dijimos a otros que casi todos beben demasiado de vez en cuando; insistimos en que la situación no era tan mala como parecía. O  reconocimos el problema de la bebida del alcohólico, pero negamos haber sido afectados. Nos confundimos, culpando a nuestro jefe, o al destino o al gobierno, por los problemas que  encontramos. Dedicamos mucha energía a mostrar una buena actitud en público, asegurándonos de que todos pensaran que estábamos  bien, y  no permitiéndole  a nadie saber cuándo nos sentíamos vulnerables o  sufríamos, o  lo  que sucedía a  puertas cerradas. En  un  esfuerzo por  ser  fieles, mentimos,  inventamos excusas y tomamos a risa el  comportamiento   del alcohólico, así como el nuestro.
Algunos creamos vidas de fantasía para que no tuviéramos que pensar en el dolor en el que realmente vivíamos. Estas fantasías podían ser extremadamente placenteras, demasiado buenas para ser verdad, en donde todos eran amables y cariñosos, todos nuestros deseos y necesidades  se satisfacían, y nos sentíamos felices en todo momento. Algunas fantasías creaban un mundo más misterioso en el que imaginábamos el dolor, la culpa o la muerte de los alcohólicos en nuestra vida con la creencia errónea de que su ausencia nos liberaría de nuestro tormento. Otros tenían fantasías de venganza,  visualizando el  sufrimiento del alcohólico (o  de  otras personas) como el sufrimiento  que él nos infligió  a nosotros,  e imaginando una  especie de  poder  sobre nuestras circunstancias del cual carecíamos en la vida real.
No fue sino hasta que pudimos  encarar  la realidad, que sinceramente  logramos  darnos cuenta de  que desempeñábamos   un  papel trascendental en la creación de nuestra propia desgracia. Tampoco reconocimos que estábamos  tan severamente  afectados  por la enfermedad, que   nosotros  mismos  nos llegamos a enfermar.


PERCIBIENDO  MEJOR LA REALIDAD

Al llegar a Al-Anon comenzamos a examinar de manera realista nuestra situación. Algunos nos vemos obligados a encarar hechos cuando las  circunstancias lo  exigen, como cuando arrestan a  un  ser  querido o  éste  pide  el divorcio. El tener nuestro mundo destrozado nos puede dejar sintiéndonos desorientados y aterrados. En esos momentos Al-Anon puede salvarnos la vida. Cuando nuestra percepción de la realidad  no es fidedigna,  necesitamos ayuda para recuperar  el equilibrio.  Al-Anon nos ofrece un enfoque Paso a  Paso para reconstruir nuestras vidas y nuestra confianza en nosotros mismos en un ambiente de amor incondicional.
Otros son libres de afrontar  la realidad  de modo más gradual. Muchos descubrimos que ya no necesitamos  las mismas tácticas de supervivencia, porque ahora tenemos el apoyo de  la  hermandad que  verdaderamente  nos entiende, y los instrumentos del programa que nos ayudan a encarar los problemas  que en algún  momento nos  abrumaron. Nuestras viejas defensas llegan a ser no sólo innecesarias sino  que  evidentemente inadecuadas.
Desarrollar la capacidad de ver las cosas tal como son y encontrar maneras más sanas y apropiadas  de lidiar con la gente y con las circunstancias que  nos  encontramos, no siempre  es fácil ni cómodo.  La mayoría  de nosotros  hemos tenido buenos  motivos  para ocultarnos cierta  información. ¡Dolía! Probablemente  aún duela. No es fácil ver sufrir a  un ser querido; admitir, aún para nuestro  propio ser, que un familiar  cercano nos ha hecho objeto de agresiones  ya sean físicas o sexuales; lidiar con el hecho de que la gente a la que acudimos en busca de amor y comprensión es incapaz de darlo; o reconocer que nosotros mismos nos hemos vuelto intransigentes, vengativos, pesimistas, sumisos, temerosos, desanimados, mezquinos, regañones, insistentes, controladores o prepotentes.  Podemos sentirnos consternados al ver  que las  ideas y  el comportamiento negativos que desarrollamos para protegernos de las experiencias dolorosas de nuestras vidas se han filtrado de hecho por todos los rincones de nuestro  mundo. Es como si hubiéramos permitido que los mecanismos de defensa nos protegieran de todas las cosas de la vida en lugar de  correr el  riesgo de  una  osada participación  en ella. Al tratar de evitar los aspectos desagradables   de  nuestras vidas, también nos hemos perdido de muchas de las alegrías.
No es  fácil aceptar las maneras en que hemos sido afectados  por el alcoholismo  de otra persona; pero en realidad así ha sido. En algún lugar de nuestro ser interno muchos lo sabemos instintivamente.  A menos que nos tomemos el  tiempo para  examinarnos con honestidad, quizás nunca nos liberemos de las cadenas del alcoholismo.
A pesar de lo que debamos encarar con respecto a nosotros mismos y a las personas que amamos, hay mucho más que ver que tan sólo la devastación del alcoholismo. A medida que aprendemos  a separarnos de los efectos del alcoholismo, encontramos que gozamos de características de personalidad magníficas que no tienen nada que ver con éste. Somos afectuosos, cariñosos, con mucho para dar y una gran capacidad para difundir alegría. Por lo  general, lleva tiempo ubicar esta parte positiva de nosotros y hacerla brotar, ya que todos esos años de represión de nuestros sentimientos  y de nuestra identidad  la han enterrado  tan   profundamente que   nos olvidamos de   su   existencia; pero   con paciencia, esa luz al final brillará otra vez. Esa es una razón por la cual vale la pena que muchos de nosotros atravesemos ese proceso de  toma de  conciencia, a  menudo difícil, frustrante y  atemorizador; hay  regalos  y tesoros maravillosos y sorprendentes que nos esperan del otro lado.

Mientras   continuemos  ocultándonos  la verdad, esta continuará deteriorándose dentro de nosotros. Pueda ser que en el pasado hayamos necesitado luchar fuerte y solos ante situaciones adversas, pero ya  no  estamos luchando  solos  contra  los   efectos  del alcoholismo. Hoy contamos con un programa que nos ayuda. El apoyo que recibimos de Al- Anon facilita el permitir que la verdad brote a la superficie donde la podemos develar. Tenemos derecho a esperar más de la vida que la  mera supervivencia.   Estamos aquí porque estamos  dispuestos a sanar. Estamos dispuestos a mirarnos a nosotros y a nuestras vidas con nuevos ojos. Estamos dispuestos a tomar conciencia.