EL PAPEL QUE NOS CORRESPONDE
La toma de conciencia comienza con el aprendizaje sobre la enfermedad familiar del alcoholismo. Cada persona vinculada a un alcohólico (amigos, colegas, familiares, así como el mismo alcohólico) desempeña un papel en la dinámica de la enfermedad. Para poder introducir cambios en nuestras circunstancias, debemos descubrir cuál es el papel que desempeñamos. En general, los alcohólicos actúan, y nosotros, que nos relacionamos con ellos, reaccionamos. El alcohólico activo se emborracha, se comporta irracional o irresponsablemente, y se transforma en el centro de atención. Los que lo rodeamos reaccionamos ante la bebida y sus consecuencias. Al estar intoxicados, los alcohólicos no se preocupan por los problemas que crean sus acciones; son los que lo rodean los que se preocupan por él. Creemos que debemos asumir la responsabilidad de hacer por los alcohólicos lo que ellos no parecen poder o querer hacer por sí solos.
Al principio muchos sinceramente nos preocupamos, y tan sólo queremos ayudar a un familiar o amigo que obviamente no está bien; pero a medida que pasa el tiempo y la situación empeora, dejamos de reconocer que tenemos una opción en este asunto. En realidad, las opciones disponibles para algunos de nosotros en el pasado eran bastante limitadas. Los que crecieron en contacto con el alcoholismo o que tuvieron que encarar la agresión pueden haber sido obligados a llevar
a cabo ciertas acciones en nombre del alcohólico para su propia seguridad. Al final, aunque no exista un peligro real, la mayoría hemos llegado a creer que nuestra ayuda es imperativa, ya sea que la queramos ofrecer o no. El alcohólico se torna más y más dependiente. Después de un tiempo, no podemos imaginarnos permitirle que siga durmiendo durante otro día de trabajo sin llamar para informar que está enfermo, o permitir que se pase por alto otro cheque sin fondos. Es preferible ahora quedarse en casa para no correr el riesgo de otra humillación en público. Muchos somos incapaces de tolerar la tensión de esperar que se manifiesten las consecuencias del alcoholismo; nos sentimos obligados a intervenir.
Los alcohólicos actúan y nosotros reaccionamos. Nadie puede decirle nada al bebedor; él lleva las riendas. El alcohol promueve una confianza y sentido exagerado de bienestar y confianza lo que incita a que el bebedor se comporte como un pequeño dios con todas las respuestas. Al mismo tiempo el bebedor se vuelve cada vez más irracional. En respuesta, discutimos, tratando de que actúe de modo más realista. Es fundamental probar que tenemos razón. Con el paso del tiempo, continuamos justificando nuestra situación; sin embargo, frente a la vehemencia del alcohólico, comenzamos a dudar de nosotros y de nuestras percepciones. Si el alcohólico nos dice que bebe por culpa nuestra, porque somos escandalosos o desobedientes, nos volvemos compulsivamente silenciosos o nos esforzamos por ser completamente obedientes día y noche, sin importar lo que nos cueste. Más adelante, cuanto más confiado parece el alcohólico, más inseguros nos volvemos nosotros. Empezamos a aceptar aún lo que es erróneo. Hacemos todo lo que se nos exige para evitar conflictos, sabiendo que nunca podemos ganar ninguna discusión o convencer al alcohólico de que tenemos razón. Perdemos la capacidad de decir “no”.
Las mismas pautas se aplican cuando el alcohólico que forma parte de nuestras vidas hace promesas que no puede cumplir. Por ejemplo, prometen no perder otro partido de la liga infantil, otra reunión de negocios u otro compromiso para cenar. Juran que la próxima vez no beberán, o que no se quedarán fuera toda la noche, o que no se pondrán violentos. O prometen usar la fuerza de voluntad. Pasan a la cerveza, pensando que la cerveza tendrá menos poder sobre ellos que las bebidas más fuertes. O se deshacen de toda la bebida en la casa para después, impulsados por la enfermedad, verse obligados a consumir cualquier forma de alcohol, ya sea enjuague bucal o jarabe para la tos. Otra vez reaccionamos. Olvidamos cientos de promesas rotas en el pasado, y pensamos que los
alcohólicos pueden controlar efectivamente su compulsión. Decidimos que todo va a cambiar ahora, ¡será mejor! Negamos lo que la experiencia pasada nos ha enseñado, y creemos en las promesas con todo nuestro corazón. Preparamos así una decepción casi inevitable. Luego, cuando los alcohólicos no pueden dominar el alcoholismo, una enfermedad que está más allá de nuestro control, nos sentimos devastados, resentidos y furiosos. Nos consideramos víctimas indefensas y no podemos reconocer que nos hemos ofrecido voluntariamente para ese papel, decidiendo creer de todo corazón en lo que sabíamos por experiencia propia que probablemente no sucedería.
Los que no hemos estado en contacto con un alcohólico por muchos años podemos continuar reaccionando también a modelos de comportamiento alcohólico. La escasa autoestima, que es el resultado de fracasos y episodios pasados de maltrato o negligencia, persiste. Debido al amor o a la atención que nunca recibimos en el pasado, recurrimos a gente que no está disponible. Evitamos el conflicto, pero ahora lo hacemos con empleadores, con otros familiares o con personas con autoridad, en lugar de encarar al alcohólico. O buscamos el conflicto, pensando que la mejor defensa es una buena ofensiva. Si presentimos un enfrentamiento, creamos otra situación y nos peleamos por cualquier otra cuestión. Muchos nos acostumbramos tanto a vivir en el caos y en la crisis que nos sentimos totalmente perdidos sin ellos. Como consecuencia, cuando todo funciona bien, nos saboteamos a nosotros mismos, y con esto creamos una crisis. Esto nos puede hacer sentir muy desdichados, pero por lo menos sabemos cómo actuar en tal situación. También puede ser que prolonguemos la existencia de diversos comportamientos compulsivos sin tener la más mínima idea de qué nos lleva a hacerlo. Las técnicas de supervivencia que desarrollamos al convivir con esta enfermedad activa se han transformado en una forma de vida. Quizás nunca se nos haya ocurrido que exista otra forma de existencia.
Esta pauta también persiste en la sobriedad. Muchos hemos sido testigos de periodos de “borrachera seca” de nuestros seres queridos sobrios; durante los mismos, el comportamiento del alcohólico en la sobriedad parece idéntico al de los días de alcoholismo activo. Por supuesto, la mayoría de nosotros también retrocede a su comportamiento anterior. Aún si nuestro ser querido es un modelo de sobriedad, el temor de que el alcohólico vuelva a beber, el deseo de controlar su sobriedad, resentimientos no resueltos desde la época de alcoholismo activo y cambios de personalidad o de estilo de vida que tienen lugar durante la recuperación, pueden desencadenar reacciones enfermizas en aquellos que nos preocupamos por un alcohólico en vías de recuperación. La enfermedad y sus efectos persisten en la sobriedad. A menos que nosotros, amigos y familiares, elijamos la recuperación para nosotros, la dinámica de la enfermedad continuará dominando nuestras relaciones.
RECONOCIENDO NUESTRAS OPCIONES
Los alcohólicos actúan y los familiares y amigos reaccionan. La mayor parte del tiempo reaccionamos porque no sabemos que tenemos opciones. Es automático. En Al-Anon se nos recuerda que hay opciones. El hecho de que el alcohólico se emborrache, simule, no cumpla una obligación, diga que el cielo es anaranjado o haga y rompa una promesa, no quiere decir que aquellos que se preocupan por él deban seguir haciendo lo que hacían
antes. No estamos encerrados. Tenemos opciones.
Es como si sostuviéramos una soga por un extremo y el alcohólico estuviera del otro lado, y comenzáramos a tirar. La mayoría reaccionaríamos automáticamente. Tiraríamos hacia nosotros. Nunca se nos ocurre que no es necesario jugar. Si conociéramos las opciones, podríamos decidir soltar la soga. No hay competencia a menos que las dos partes sigan aferradas a la soga. Al tomar nota de lo que hacemos en reacción al comportamiento del alcohólico, comenzamos a ver las decisiones que inconscientemente ya estamos adoptando. Con un nuevo análisis, una plática con otros miembros de Al-Anon y la utilización de los lemas y los Pasos, podemos descubrir nuevas opciones que nunca supimos que existían. Tal vez hasta decidamos soltar la soga.
Por ejemplo, algunos alcohólicos se sienten culpables por su necesidad de beber y les
resulta más fácil echarle la culpa de la bebida a otra persona. Esos alcohólicos a menudo provocan a los que lo rodean tratando de comenzar una discusión o de crear una crisis. Los que trabajamos o vivimos con ellos en general reaccionamos ante esta provocación, contestando los argumentos, defendiéndonos contra acusaciones injustas, haciendo acusaciones propias. Al final el alcohólico obtiene precisamente lo que buscaba: una excusa para beber. Los alcohólicos secos o sobrios a veces usan las mismas tácticas para desviar la atención de un tema o situación que les resulta incómodo. Soltar la soga quiere decir reconocer las pautas y no seguir haciendo la misma cosa. Observamos el comportamiento provocativo y nos damos cuenta exactamente de lo que hacemos en respuesta a eso.
El alcohólico puede provocarnos acusándonos de ser perezosos, y nosotros
reaccionamos haciéndonos los mártires y enumerando todo lo que hacemos por él. A su vez, al alcohólico le molesta nuestra actitud mojigata, y por eso nos sentimos sin afecto y con pena de nosotros mismos. La discusión pronto se transforma en una pelea que casi siempre termina de la misma forma: el alcohólico explota y se va al bar más cercano. Una vez que tenemos claro el papel que nos corresponde, podemos elegir una respuesta diferente. Por ejemplo, la próxima vez que se nos acuse de ser perezosos, podríamos decidir no reaccionar. Podríamos permanecer en silencio o simplemente cambiar de tema. Podríamos salir de la habitación u ocuparnos en alguna tarea. Podemos dedicar un momento para reconocer ante nosotros mismos que la acusación no es real, y que es debido a la enfermedad del alcoholismo que nuestro ser querido se expresa de una u otra forma. O, sabiendo que a veces somos perezosos, podríamos sonreír con simpatía y estar de acuerdo. Las respuestas no son ni correctas ni equivocadas. La mayoría nos damos cuenta de que no importa tanto la forma en que interrumpamos la pauta sino que lo hagamos. Puede ser que para el alcohólico este cambio no sea muy agradable, especialmente al principio. El alcohólico necesita un trago, y la única manera en que puede tomárselo con comodidad es iniciando una pelea. Si el primer esfuerzo del bebedor fracasa porque rehusamos jugar nuestro papel habitual, posiblemente trate otra vez. Si somos condescendientes o santurrones en cuanto al nuevo papel que elegimos desempeñar, o engreídos acerca de la incapacidad del alcohólico de provocarnos, nos derrotamos a nosotros mismos. Nuestra mala actitud no sólo le dará al alcohólico la excusa que busca, sino que él también continuará enfrentándonos a
una enfermedad que simplemente no podemos vencer. Somos incapaces ante el alcoholismo de otra persona. Si continuamos esta batalla que no podemos ganar, no podremos ponerle fin a la frustración y a la desesperación que nos llevaron a intentar esta nueva estrategia. Buscamos un cambio real. Nuestro objetivo no es “tener razón”. Tampoco es “ganar”. Nuestro objetivo es hacer todo lo posible para curarnos a nosotros mismos y a nuestras relaciones. Eso requiere diligencia, paciencia y, sobre todo, práctica.
Al tomar cada vez mayor conciencia de la dinámica de la enfermedad familiar, muchos descubrimos que hemos cumplido una función particular en nuestra familia o grupo. Los amigos y familiares desempeñan una gran variedad de papeles de apoyo en esta enfermedad familiar, todos los cuales intentan controlar la incontrolable enfermedad del alcoholismo y poner orden en un medio familiar o de trabajo incierto y a menudo explosivo. No nos damos cuenta de que, al desempeñar nuestro papel, contribuimos en realidad a sustentar la enfermedad del alcoholismo. Podemos facilitarla rescatando al alcohólico de consecuencias desagradables de sus propios actos. O podemos hacernos la víctima, interviniendo sin quererlo y reemplazando al alcohólico que está demasiado borracho o con fuerte resaca, y no cumple con sus responsabilidades laborales ni familiares. Tal vez pensemos que nuestro papel es asumir culpas cuando algo funciona mal, aún sin estar involucrados en nada. Otros se concentran en el apoyo cómico, creando una diversión ligera para olvidar el dolor de la vida en un hogar alcohólico. Y algunos provocamos, expresando nuestra frustración y resentimiento acumulados, dándole al alcohólico la justificación para beber y envenenándonos con nuestra creciente amargura.
Todos estos papeles de apoyo funcionan unidos para mantener un equilibrio en el cual el alcohólico pueda continuar desempeñando su papel con la menor incomodidad posible. Así, cuando cualquier miembro del círculo de este alcohólico deja de desempeñar su papel, todo el grupo se ve afectado.
CAMBIANDO EL PAPEL QUE NOS CORRESPONDE EN LA ENFERMEDAD FAMILIAR
Este es el motivo por el cual lo más útil y afectuoso que puede hacer un familiar es ayudarse a sí mismo. Al recuperarnos de los efectos de esta enfermedad, podemos abandonar nuestro papel en la enfermedad familiar. Se perturba el equilibrio. De repente ya no es tan cómodo para el alcohólico. Si bien puede seguir contando con el apoyo cariñoso del familiar en vías de recuperación,
la enfermedad queda sin apoyo. Es como si un grupo de cuatro se encontrara en un río, empapándose mientras tienen al alcohólico alzado para mantenerlo seco, y finalmente un miembro del grupo rehúsa continuar sosteniéndolo. Todo el sistema se desmorona y, consecuentemente, el alcohólico se moja. Si otros no se encargan de eliminar las consecuencias penosas de las acciones del alcohólico, este puede sentirse tan incómodo que decida iniciar la recuperación. De la misma manera, otros familiares y amigos pueden reconocer cómo les ha afectado la enfermedad familiar y buscar ayuda para ellos mismos; pero no hay garantías. Si bien la salud en una persona a menudo inspira salud a los que la rodean, no siempre es así. A veces el alcohólico simplemente encuentra una manera de adaptarse, creando un nuevo sistema de apoyo a la enfermedad.
Casi todos nosotros queremos lo mejor para los seres queridos, y lo mejor que podemos ofrecer puede ser nuestra intención de no contribuir más a este proceso de destrucción. No podemos decidir por otra gente, ni aún por los más importantes de nuestra vida. No somos dioses, y no podemos saber con precisión lo que es mejor para otra persona, por más evidente que parezca una acción en un momento determinado. La mayoría de nosotros ha tenido que “tocar fondo”, un momento de agonía personal, antes de poder introducir cambios reales en nuestras vidas. Los alcohólicos y otros que sufren los efectos de esta enfermedad familiar merecen la misma oportunidad de “tocar fondo” por sí mismos. A lo largo del camino, puede haber muchas lecciones penosas que aprender, y puede ser dolorosísimo tener que hacerse a un lado y observar a un ser querido sufrir estas experiencias. Algunos nunca las aprenden; pero somos incapaces ante el alcoholismo. No podemos acelerar el proceso, ni tampoco evitárselo a un ser querido. Lo único que podemos hacer es ponernos como ejemplo de la alegría y la serenidad que puede proporcionar la recuperación, y respetar los derechos de nuestros seres queridos de decidir lo que les conviene, aún si nos desagrada totalmente el carácter de dichas decisiones.
APRENDIENDO MÁS SOBRE EL ALCOHOLISMO
Cuanto más sabemos sobre el alcoholismo, mejor podremos encararlo. Por ello, Al-Anon nos alienta a aprender tanto como sea posible sobre la enfermedad. Leer la literatura de Al- Anon todos los días nos da una comprensión profunda de esta enfermedad familiar y de cómo afrontarla con éxito. Algunos de nosotros también asistimos a reuniones abiertas de A.A. para enterarnos de las experiencias del alcohólico. Escuchar historias de alcohólicos en vías de recuperación puede abrirnos los ojos. Pocos nos damos cuenta de que los alcohólicos que forman parte de nuestras vidas a menudo sufren enormemente, a veces más que nosotros. Al escuchar, aprendemos a separar la persona de la enfermedad, a tener compasión de sus esfuerzos y su dolor y a reconocer que ellos también son incapaces ante el alcohol. Por otro lado, aprendemos las características de la enfermedad que podíamos haber interpretado mal. Por ejemplo, la mayoría de los alcohólicos sufren amnesias parciales, periodos en que todo lo que dicen o hacen desaparece de la memoria. Después de una noche de un comportamiento alcohólico excesivo, puede ser difícil creer que el alcohólico no recuerde las espantosas acciones que se grabaron a fuego en nuestras mentes. En esas situaciones, muchos acusan a sus seres queridos de mentir; pero estas amnesias son en realidad síntomas de la enfermedad del alcoholismo, borrando al azar aún los acontecimientos más memorables. Cuanto más sepamos sobre la enfermedad, mejor podremos responder al comportamiento alcohólico con compasión, entendiendo que estamos tratando con una persona enferma y no con un ser malvado, débil, ignorante o cruel.
La literatura de Al-Anon y las reuniones abiertas de A.A. también pueden enseñarnos como persiste la enfermedad en la sobriedad. Por ejemplo, el alcohólico debe intentar varias veces antes de alcanzar la sobriedad. Otros vuelven a beber después de muchos años de recuperación en A.A. Se dice que un alcohólico en recuperación que toma un trago sufre un “desliz”. Un sólo desliz puede ser suficiente para convencer al alcohólico de contraer un compromiso más firme con la recuperación; de otra manera, puede ser el comienzo de un nuevo capítulo de alcoholismo.
El alcoholismo es una enfermedad progresiva que puede detenerse pero no curarse. Por ende, nosotros, afectados por el alcoholismo de otra persona, podemos garantizar mejor nuestra propia serenidad continua si aprendemos a depender de nosotros mismos por nuestro bienestar, en lugar de depender de la sobriedad de otra persona. Al tomar cada vez mayor conciencia de nuestro comportamiento, de nuestras decisiones y del papel que nos corresponde o nos correspondió en la situación alcohólica, podemos con mucha más facilidad introducir cambios que nos permitan crear una vida de la que podamos enorgullecernos.