4 El alcoholismo y cómo nos afecta
El alcoholismo es una enfermedad que nos confunde, ya que gran parte de ella escapa a la lógica. Es por eso que la mayoría de nosotros llega a Al-Anon con muchas preguntas sin respuesta.
Juré que nunca jamás me relacionaría con nadie que fuera como mis padres alcohólicos. Ahora me encuentro rodeado, empleado y hasta casado con gente precisamente como ellos. ¿Cómo puede haber ocurrido esto? Finalmente él ha alcanzado la sobriedad en A.A. y en todo le va bien. ¿Por qué aún me siento tan desdichada?
Los médicos en el centro de tratamiento insisten en que mi hija es alcohólica, pero no les creo. Tiene sólo doce años, y nunca la vi caerse borracha – como los alcohólicos. ¿Acaso no estarán equivocados los médicos?
En el momento en que por fin pareciéramos salir adelante, ocurre siempre algún tipo de retroceso o crisis. La persona con quien vivo pareciera que nunca se molesta demasiado. Simplemente se sirve un trago. Yo soy el que me pongo histérico. ¿Por qué soy yo el que siempre se preocupa tanto? ¿Por qué debo ser yo el que siempre resuelve todos los problemas?
Por supuesto, algunos de mis familiares bebían, pero no los consideraría alcohólicos. Además, ¿qué tiene eso que ver conmigo?
El problema que tengo es que siempre me enamoro de la gente equivocada. Me parece que no puedo gozar de una relación íntima sin que esta me estalle en la cara. ¿Creen que haya algún enlace?
No me preocupa realmente la bebida. Lo que me preocupa son las cuentas que se acumulan, los insultos, la violencia, los problemas con la ley, los problemas sexuales y todo lo demás. ¿Cómo se podría evitar todo esto?
¿Por qué los problemas de familiares alcohólicos que han muerto desde hace años continúan afectando mi vida?
Estoy perdiendo la razón. Me parece recordar cosas terribles sobre mi pasado, pero mi familia lo niega todo. Sin embargo, no puedo desembarazarme del sentimiento de que lo que recuerdo es verdad. ¿A quién le creo?
Según entiendo, ninguno de mis familiares bebió nunca; pero en ciertos aspectos, se comportaban como alcohólicos. ¿Cómo es posible?
Ella promete que nunca beberá otra vez, y dos días después se emborracha nuevamente. ¿Qué puedo hacer para hacerla dejar de beber de una vez por todas?
No conocí al alcohólico sino ya sobrio durante muchos años. No obstante, me siento obsesionada por su comportamiento, afectada por sus cambios de ánimo, y cada vez más incapaz de preocuparme de mí. ¿Se relaciona esto con el alcoholismo?
¿Cómo puedo superar el dolor de verla beber? La amaba mucho pero estoy
empezando a odiarla. No me parece que pueda evitarlo.
Pensé que la sobriedad nos acercaría, pero en realidad nos ha separado aún más. Ahora el alcohólico insiste en que yo también necesito ayuda. No lo entiendo. Yo no soy la que tiene el problema. ¿Por qué debo asistir a reuniones?
Fui desdichado durante mucho tiempo porque sólo sentía dolor; pero eso era “normal”. ¿Qué hago ahora que ya no siento nada?
BUSCANDO RESPUESTAS
Aunque muchos llegamos a Al-Anon impacientes por obtener respuestas a estas y otras muchas preguntas, no siempre hay soluciones rápidas o simples a cuestiones tan complicadas. Pedir ayuda en Al-Anon no es como pedir ayuda en otros lados. En Al-Anon no damos consejos. Nadie le dice a nadie lo que tiene que hacer en su situación específica. Por ejemplo, no proponemos ni nos oponemos a que la gente siga casada o se divorcie, a que se encare al alcohólico o se permanezca en silencio, a que se permita a los hijos seguir viviendo en el hogar o se les pida que se vayan, a que se interrumpan los contactos con nuestras familias o se continúen fomentando las relaciones. Estas y muchísimas otras decisiones difíciles son totalmente personales y sólo puede tomarlas la persona interesada. En realidad sugerimos que los recién llegados a Al-Anon no tomen ninguna decisión importante hasta que haya pasado bastante tiempo desde su llegada a Al- Anon, porque creemos que la perspectiva de nuestras circunstancias sufre un cambio considerable durante ese tiempo. Al esperar, a menudo se nos presentan opciones que no habíamos considerado anteriormente y descubrimos que, con el tiempo, estamos más capacitados para adoptar decisiones que nos convengan. Por eso sería absurdo promover alguna acción específica de nuestros miembros. No sabemos qué es lo mejor para otra persona.
En su lugar, ofrecemos nuestra experiencia, fortaleza y esperanza. Hablamos sobre nuestros problemas y sobre cómo utilizamos los principios y actividades del programa Al- Anon para ayudarnos a resolver las dificultades. Compartimos nuestros sentimientos, nuestro crecimiento y nuestro dolor. Escuchamos y aprendemos, nos identificamos con las historias de otros y descubrimos nuevas maneras de abordar nuestras circunstancias particulares, enterándonos de cómo otros encararon cuestiones similares. Sugerimos que se queden con lo que les agrada y desechen el resto. Pueda ser que algunas de las cosas que decimos sean útiles, otras quizá no. Cada uno de nosotros es libre de elegir, de usar lo que nos parezca útil y dejar de lado lo demás.
CAMBIANDO LA ORIENTACIÓN
Lo que definitivamente no hacemos es dedicar mucho tiempo a hablar sobre el alcohólico. En vez de eso, aprendemos a concentrarnos en nosotros mismos. Al principio, puede ser que este criterio no parezca demasiado lógico. Después de todo, a menudo es más fácil reconocer los problemas del alcohólico que los propios. Muchos estamos seguros de que si él o ella dejara de beber, o siguiera un programa de recuperación mejor, o cambiara sus actitudes o comportamiento, todo marcharía bien. Lo que nos hace falta darnos cuenta o aceptar es que el alcoholismo es una enfermedad. El deseo incontrolable de beber es sólo un síntoma de esa enfermedad. Por eso muchos anhelamos el día en que el alcohólico de nuestras vidas alcance la sobriedad, tan sólo para sentirnos consternados al ver que la sobriedad trae consigo toda una nueva serie de dificultades. El prestarle atención a un síntoma, por importante que sea, no cura toda la enfermedad. Muchos alcohólicos tienen la suficiente dicha de encontrar la sobriedad; y mediante programas tales como Alcohólicos Anónimos pueden contraer un compromiso a largo plazo con la recuperación. Hay grandes esperanzas para aquellos que pueden elegir este camino, pero la sobriedad no pone fin al alcoholismo. A pesar de que se puede detener, el alcoholismo no tiene cura.
“Pero por supuesto”, argumentamos, “la sobriedad nos conviene, ¡y debe haber algo que se pueda hacer para ayudar! Tiene que haber algo que podamos decir que tenga repercusiones positivas, o alguna forma de ayuda, apoyo o información que podamos brindar que convenza a ese ser querido alcohólico de que necesita ayuda o que nos asegure que no dejará el camino de la recuperación”.
De nuevo, tal como lo afirma la Asociación Médica Americana, el alcoholismo es una enfermedad. ¿Acaso la palabra adecuada puede detener la propagación del cáncer o hacer que la quimioterapia sea más eficaz?
¿Acaso nuestra ayuda, una apariencia atractiva, un ingreso más alto o una casa más limpia puede derrotar la diseminación de la enfermedad de Alzheimer? Nuestra compasión y apoyo podrían facilitarle la lucha contra la enfermedad a un ser querido, pero simplemente no tenemos la facultad de curar la enfermedad de otra persona. Somos incapaces ante el alcoholismo ajeno. Nosotros no causamos la enfermedad. No podemos controlarla. Y no podemos curarla.
NO LO CAUSAMOS
La mayoría de nosotros hemos oído a alcohólicos defender su forma de beber con afirmaciones tales como: “Sólo bebo por la manera en que me tratan”. “Bebo porque me preocupa de dónde va a salir el dinero”. “No me amas; por eso bebo”. “No hay nada malo con mi forma de beber, simplemente eres anticuado”. Cuando continuamente escuchamos acusaciones como esas, tarde o temprano nos damos cuenta de que es difícil separar los hechos de la ficción. Si el alcohólico descubre algo por lo cual nos sentimos culpables, se nos hace difícil no creer que eso sea cierto.
El alcoholismo no lo causa nuestros problemas familiares, nuestras acciones o inacciones, lo que hayamos dicho o no hayamos dicho, ni la forma en que nos vean. Los alcohólicos podrían echarle la culpa de su bebida a las personas que aman, pero ellos beben porque tienen una enfermedad. Es tan simple como eso.
NO LO PODEMOS CONTROLAR
A pesar de que podríamos admitir que no causamos la bebida, en otro nivel quizás nos sintamos responsables. A pesar de que lo intentamos todo, los alcohólicos aún beben. Tratamos de hacer cualquier cosa que tenga sentido y muchas que no lo tienen. Sin embargo, nos negamos a renunciar porque sentimos que eso nos hace vernos débiles y fuera de control —debe haber algo más que podamos hacer—. Lo único que no hicimos fue renunciar.
Cuando finalmente nos entregamos, nos dimos cuenta de que sólo renunciábamos a nuestra lucha inútil contra una enfermedad incurable. Luego fuimos libres de enfocarnos en las cosas sobre las cuales podíamos hacer algo, en lugar de tratar de cambiar lo que no podíamos.
NO LO PODEMOS CURAR
El alcoholismo es una enfermedad progresiva. Si no lo causamos y no podemos controlar, entonces la responsabilidad de encontrar una respuesta es del alcohólico, no nuestra. Hasta que el alcohólico sienta el deseo de dejar de beber, las palabras, el dinero y el tratamiento son en general esfuerzos perdidos. Si bien no somos capaces de curar el alcoholismo, podemos cambiar nuestra propia actitud. Cuando los miembros de la familia y amigos cambian su forma de pensar, la situación puede mejorar totalmente.
Al saber que no causamos la enfermedad y que no podemos controlarla ni curarla, aprendemos a dejar que el alcohólico enfrente las consecuencias de sus acciones. Nos desprendemos lo suficiente como para no ser sobreprotectores ni encubrir al alcohólico.
Dejamos de inventar excusas ante los amigos y familiares debido a su comportamiento— los demás por lo general saben lo que sucede de todos modos. Aprendemos a no dejar que la bebida de otra persona interfiera con nuestros propios planes. Hacemos nuestro mayor esfuerzo por acompañar nuestro desprendimiento con sincera compasión — para comprender esta enfermedad y a todas las personas afectadas por ella—.
APRENDIENDO SOBRE EL ALCOHOLISMO
Entonces si no podemos detener el alcoholismo y garantizar la sobriedad, ¿por qué venimos a Al-Anon? Como solía decir el primer anuncio de servicio público de Al-Anon: “Se puede ver lo que la bebida le hace al alcohólico; pero, ¿se puede ver lo que te hace a ti?”
El folleto de Al-Anon El alcoholismo y cómo nos afecta lo explica de la siguiente forma:
“El alcoholismo es una enfermedad de la familia. Beber compulsivamente afecta tanto al alcohólico como a las personas que lo rodean: amistades, compañeros de trabajo, hijos, padres, relaciones amorosas y matrimonio; todos sufren los efectos del alcoholismo. Los que quedan más profundamente afectados son quienes están en contacto directo con el alcohólico y los que se preocupan más por él son quienes quedan literalmente atrapados a causa de su comportamiento. Reaccionamos ante el comportamiento del alcohólico; cuando nos damos cuenta de que este problema con la bebida está fuera de su alcance, tratamos de controlarlo. Nos avergonzamos de las escenas que el alcohólico hace en público, pero en privado tratamos de arreglar la situación. No tardaremos en sentirnos culpables y en cargar con las penas, temores y culpas del alcohólico.
También nosotros nos podemos enfermar. Incluso las personas bien intencionadas a menudo comienzan a contar el número de tragos que toma el alcohólico. Podemos vaciar bebidas alcohólicas costosas por el fregadero, registrar la casa en busca de las botellas escondidas y estar a la escucha del sonido del sacacorchos. Todos nuestros pensamientos se concentran en lo que hace o deja de hacer el alcohólico, y en lo que podría hacerse para que deje de beber. Esto es lo que llamamos nuestra obsesión.
Es muy doloroso contemplar la manera en que un ser humano se va matando lentamente con el alcohol. Y aunque el alcohólico no parezca preocuparse por las cuentas por pagar, el empleo, los hijos o por su propia salud, la gente que lo rodea generalmente sí empieza a preocuparse; pero a menudo cometemos el error de encubrirlo y de arreglarle todo: tratamos de excusarlo, mentimos, tratando de enmendar las relaciones que se habían echado a perder y nos preocupamos mucho más. Esto es lo que llamamos nuestra angustia.
Tarde o temprano, el comportamiento del alcohólico hace que los demás se enojen. Cuando nos damos cuenta de que el alcohólico está mintiendo, utilizándonos y descuidando sus responsabilidades, posiblemente empecemos a sentir que el alcohólico no nos quiere. A menudo queremos desquitarnos, castigarlo y hacerlo pagar por las penas y las frustraciones causadas por su incontrolable manera de beber. Esto es lo que llamamos nuestra ira.
En ocasiones, los más allegados al alcohólico empezamos a fingir. Aceptamos promesas y confiamos en el alcohólico. Cada vez que hay un período de sobriedad, por breve que sea, creemos que el problema ha desaparecido para siempre. Y aunque todos los instintos nos
digan que la forma de beber y el comportamiento del alcohólico andan mal, aún seguimos ocultando nuestros sentimientos y pensamientos. Esto es lo que llamamos nuestra negación.
Quizá el peor daño que hemos sufrido aquellos que hemos vivido con un alcohólico es la idea insistente y tenaz de que la culpa es de nosotros: quizás sentimos que es a causa de algo que hicimos, o porque no hemos estado a la altura de las circunstancias, o porque no somos suficientemente atractivos o debido a que no tenemos la inteligencia suficiente para haber resuelto el problema de nuestro ser querido. Esto es lo que llamamos nuestro sentimiento de culpabilidad”.
VIVIENDO CON UN ALCOHÓLICO SOBRIO
Nosotros, quienes tenemos seres queridos en proceso de recuperación en A.A., también nos
sentimos afectados por esta enfermedad familiar. Reaccionamos también ante el alcoholismo. Supervisamos el progreso de la sobriedad, contando la cantidad de reuniones a las que han asistido, tal como antes contábamos la cantidad de tragos, y buscamos minuciosamente incoherencias o indicaciones de deslices. Andamos con pies de plomo, cuidadosos de no hacer nada que pueda perturbar al alcohólico en proceso de recuperación reciente, o vemos la sobriedad con escepticismo, sin voluntad de confiar en los cambios que percibimos. Esperamos una gran transformación en el alcohólico, y nos preocupamos cuando no se cumplen nuestras expectativas. Después de años de esperar una relación más intima, más alentadora, más afable, o de desear que se compartieran las responsabilidades del hogar, muchos nos sentimos frustrados al descubrir que nuestras esperanzas siguen sin concretarse y que nos sentimos más solos que nunca.
Vivir con un alcohólico sobrio puede ser parecido a vivir con una persona totalmente diferente. Aunque podamos estar agradecidísimos por la sobriedad de nuestro ser querido, muchos nos resentimos por el nuevo papel más activo que ahora desea desempeñar el alcohólico en la adopción de decisiones familiares, o por la independencia que de repente demuestra. Nos sentimos incómodos con todos los cambios sobre los cuales no tenemos control. Pese a que fervientemente deseábamos cambios en la época de la bebida, a lo mejor esto no es lo que teníamos en mente. Algunos nos volvemos celosos debido al tiempo que el alcohólico dura en asistir a reuniones o en charlar y socializar con otros miembros de A.A. De repente, después de exigirle tantos cambios, nos damos cuenta de que él o ella nos exige cambios similares.
BUSCANDO SOLUCIONES PROPIAS
Es claro que la sobriedad de un ser querido no resuelve todos nuestros problemas, Tampoco los resuelve la separación física, ni siquiera la muerte. Aún los que no hemos estado relacionados con ningún alcohólico durante muchos años, encontramos que seguimos afectados por esa enfermedad familiar. En síntesis, los efectos del alcoholismo: la obsesión, la ansiedad, la ira, la negación y los sentimientos de culpa tienden a persistir hasta que busquemos la recuperación propia.
El drama de los problemas de otra gente puede distraernos demasiado, en especial cuando esa gente es alcohólica; pero en Al- Anon descubrimos que el problema no radica sólo en la otra persona, sino que también lo llevamos dentro de nosotros. El comportamiento de un amigo, cónyuge, hijo, hermano, empleador o padre alcohólico puede
habernos conducido a Al-Anon, pero pronto vemos que nuestro propio pensamiento se ha distorsionado. Al-Anon nos ayuda a dejar de gastar el tiempo en tratar de cambiar las cosas sobre las que no tenemos control alguno y a poner en acción nuestros esfuerzos en donde sí tenemos algo de control para hacerlo: sobre nuestras propias vidas.